El demoniáco problema de la basura

El problema de la basura

1170717 La Prensa - VertederoEl problema de la recolección  y disposición de la basura en todos los centros urbanos del territorio nacional, se agudiza cada día.  A lo largo del país se suceden repetidamente las protestas de los moradores ya sea porque no les recogen la basura con la frecuencia requerida o por la falta de lugares debidamente acondicionados y alejados de los poblados, para procesarla y disponer de ella.

Generalmente estas protestas llegan hasta los cierres de calles y arterias transitadas, cuando la acumulación de desperdicios y su descomposición llega a niveles intolerables de contaminación ambiental con la consiguiente amenaza a la salud de los habitantes.

Pero esta semana, una nuevo tipo de protestas se vino a sumar a esta problemática ambiental.  Esta vez,  fueron  los empleados municipales encargados de recoger la basura, los que protagonizaron un cierre total de la transitada Vía España, para protestar por la falta de equipo para recoger la basura y otras consecuencias producidas por la alta morosidad que el gobierno central tiene con la Dirección recolectora.

Al igual que todas las protestas anteriores, funcionarios del gobierno dialogaron con los manifestantes y luego de prometerles acciones para acceder a sus peticiones, las que parece que no se cumplen en su totalidad, la protestas se suspendió;  pero la problematica de la contaminacion por la basura continua latente en el territorio nacional.

Como un ejemplo ilustrativo de esta falta de equipos de recolección y la acumulación constante de basura que se observa por la ciudad de Panamá, nos permitimos transcribir un artículo sobre el tema, publicado hoy 30 de mayo de 2009 en el Diario La Prensa.

El demonio de la basura por Isaac Misael Rodríguez

“¡La basura!”, grita un regordete y grasoso trabajador que corre delante de un mugroso camión de color rojiamarillo, con más ruido y humo que los pozos petrolíferos de Kuwait.

Gira en la calle 35, debajo del palo de manguito, lugar en que se ofrece lustre a los calzados de profesionales y encopetadas figuras públicas; donde por más de 20 años reposaron las oficinas del Ministerio de Salud. Los trabajadores del aseo se encuentran con dos grandes depósitos de bazofias apiladas cual montaña rusa. El olor en el lugar es nauseabundo, en su máxima expresión. Repugna, pese a ser el corazón de varios estamentos públicos, como la Dirección de Ingresos, la Dirección de Pasaportes, la Alcaldía Metropolitana, la Gobernación y muy cerca las Procuradurías y el célebre Tribunal Electoral. La indiferencia de los inquilinos despunta.

Pareciera que a los burócratas de tantas oficinas públicas de conocida relevancia, no les afecta el olor de lo pútrido, o la fragancia de la sustancia ya se ha desintegrado y convertido en parte del atractivo de los lugareños, que miran sin ver y respiran sin oler. Muy cerca, los gloriosos e inolvidables quioscos cuara y cuara, que a muchos que estamos en mejores condiciones económicas hoy nos mitigaron el hambre en el pasado. Ya no son dos, sino, como 20, pero con calidad y costos diferentes a los que conocimos.

Las nubes de moscas, propias de la temporada, llueven en el lugar como si fuese un aguacero de granizo oscuro, hasta posarse una sobre el patacón de un descuidado parroquiano que hablaba hasta por los codos, pareciendo una delicada porción de caviar.

El piso de la calle, de color cemento grisáceo, se ha convertido en un batido de colores oscuros que ni Dalí ni Goya podrían describir su tonalidad. Los descuidados “compas” se lanzan del vehículo todavía en marcha, cual expertos paracaidistas militares, con las manos peladas y vistiendo como uniformes suéteres de candidatos a diputados que han visto frustrados sus propósitos, observando con asombro y sin saber por dónde iniciar. Entre el oscuro y claro de la tarde, que amenaza con llover, introducen las manos callosas cual si fueran palas mecánicas y levantan cuanto producto encuentran.

El calor hace sentir la ropa pegajosa, pero, el fogoso deseo de concluir la labor en el menor tiempo posible los hace afanar rápido.

Metro a metro van concluyendo, sin darle importancia a media pulgada de cochambre pasajera, que se ha posado en las ranuras de la suela de sus calzados y los mismos empiezan a sentir un peso doble de lo normal, patinando cual hábiles acróbatas del Holiday on Ice, mientras una fina y menuda dama, bien acicalada, que se ve obligada a pasar cerca del predio, se aprieta con fuerza la nariz para que no pase ni un pequeño gramo del aire fronterizo. Vultúridos que reposan el festín reciente en un robusto árbol de caoba, mismo que contó con postre, resienten el retiro de una apetecida vianda de su restaurante de comida rápida.

A pocos pasos en el hospital Santo Tomás, carteles educan a los ciudadanos de la importancia de lavarse las manos con frecuencia, pero no hablan del resto del cuerpo, ya que varias epidemias se han desatado en el ambiente. Al cruzar la calle, la extensión de una universidad privada prepara a nuevos panameños interesados en convertirse en connotados galenos, y estos, juran que van a seguir los postulados de Hipócrates a sol y sombra hasta convertirse en sus mejores fedayines.

El señor procurador de la Administración revisa la nueva ley de Salud, emitiendo su excelso criterio, en que la misma reúne el mejor escenario constitucional para garantizar un fuero preventivo y curativo, para que nuestra Nación despunte entre los Estados modernos que brindan mayor cobertura a sus ciudadanos.

El camión acelera y se enrumba hacia la avenida Perú, los obreros cual monos de jaula, cuelgan y se balancean por todos los costados de su estructura, dejando sus vestimentas atestadas de hollín y en las fosas nasales de los mismos se denota una acumulación de partículas de toda naturaleza.

Una nueva forma simétrica se dibuja en la calle con la infusión que cae, pero la misma es borrada enseguida con el chisporrotear de las llantas de un fogoso diablo rojo, que al entrar apresurado pringa de una pasta malteada a su más cercano transeúnte.

Tomado de la edición del día 30 de mayo de 2009 del diario La Prensa.